Relato: LA TUMBA


"Ven, descansa en este pecho, mi ciervo herido,
A pesar que la manada ha huido de ti, tu casa sigue estando aquí;
Aquí todavía está la sonrisa, que ninguna nube puede cubrir,
Y un corazón y una mano que son tuyos hasta el fin.

¿Para qué fue hecho el Amor, si esto no es así
en la alegría y el tormento, a través de la gloria y la vergüenza?
No lo sé, no pregunto, si la culpa está en ese corazón
Pero sé que te amo, donde quiera que tú estés.

Me llamaste "tu Ángel" en momentos de dicha,
Y tu ángel quisiera ser, en medio de este horror,
A través de la pira, sin empequeñecer, tus pasos seguir,
Y ser tu escudo, y salvarte... o perecer allí también."


Thomas Moore (traducción de Jack Lawton)



LA TUMBA
por Jack Lawton

El tiempo parecía desvanecerse sobre aquella cama de hierva, abrazado a la dura almohada de piedra que era la losa de mármol.

Cuantas noches? Cuantos días? Ya había perdido la cuenta... ELLA se había marchado. Ya no estaba... Su presencia, su sombra, su vacío ocupaban todo su mundo. ELLA había sido su Portadora de Felicidad. La conoció cuando ya nada le importaba. Jamás lo olvidará. Apareció ante él, cual si hubiera sido un sueño maravilloso. El mundo entero se movía a otra velocidad. Y ahí la vio por primera vez... Su sonrisa. Sus ojos. Su cabello. Como cascadas de fuego, sortijas de oro incandescentes. Su piel color marfileño. Y sus manos... Las manos de una muñeca de porcelana.

Las manos mas delicadas y hermosas que verías en cien mil vidas...

ELLA lo hizo volar mas alto de lo que nunca hubiera imaginado. Vivieron momentos de gran dicha. Su comunión era total. Era como si le hubieran ganado la batalla a los dioses, esos que en el alba de los tiempos convirtieron lo que debía ser uno en dos. Su victoria fue dulce, muy dulce...

Intercambiaron promesas y anillos. "Siempre tuyo". "No me dejes nunca".

Pero los dioses son envidiosos. No podían dejar que una afrenta así a su poder perdurase...

Se la arrebataron. Poco a poco. La agonía fue larga y no hubo piedad. Veía como se marchitaba sin poder hacer nada. Sus manos estaban atadas ante la tragedia que se cernía sobre ellos. ELLA ya no podía reconocerle y el moría por dentro. Trataba de hacerla recordar, trataba de que su amor prevaleciera por encima de todo lo demás. Lo intento. Sabe Dios que lo intentó.

Con uñas y dientes lo intento. Pero no dependía ya de él... Las voces la llamaban. La guiaban al otro lado. Lejos de él...

El las maldijo, a ellas y a los dioses bastardos que se la estaban arrebatando mas y mas a cada segundo. Podía oír sus risas, en el eco del éter... En cada espejo, en cada ventana... Se burlaron de él mientras su Amor moría:

"Ya es nuestra... Jamás volverás a verla... Es toda nuestra..."

Y así pasó.

Todo se desmoronó. Él se desmoronó. Encerrado en el cuartucho donde le habían dado cobijo por pena, la lloró... "Por qué has tenido que irte ahora, cuando mas te necesitaba...? Por qué habéis tenido que arrebatármela? Es que no habíamos sufrido bastante ya?"

Las risas siguieron resonando en su cabeza. Un día. Y otro día. Y otro. Las noches eran un suplicio inabarcable y los días... Durante el día solo rezaba para que la muerte le llegara pronto, para que acabara con su sufrimiento. Las fuerzas le habían abandonado. Solo era un cascarón vacío, un muerto andante, una sombra del hombre que una vez llegó a ser.

Y por encima de toda su desgracia, la imagen de su amada seguía refulgiendo como el sol del atardecer. Un atardecer de otoño, con el aire meciendo las hojas de los árboles al viento y el olor a tierra húmeda. Algunas veces creía verla... Pero simplemente, ELLA ya no estaba allí.

Una mañana, después de mas de mil noches alcanzando el alba con el sueño intacto se vistió y se fue al cementerio. Era un lugar grande y tetricamente hermoso. La arquitectura funeraria siempre le había atraído. La quietud, la calma de los camposantos. Nada malo había allí. Todo lo malo quedaba atrás, junto con la carne que se pudría en las sepulturas y mas allá de los muros del cementerio, en la bulliciosa ciudad, con sus mentiras, su hipocresía y su egoísmo mortales.

Sus pies le llevaron a la tumba como poseídos por un indescifrable encantamiento. El jamás había estado en esa parte del cementerio. No había podido... Pero la encontró...

No quiso leer la inscripción de la lápida. Qué importaba lo que dijera? "Aquí yacen todas mis esperanzas, todos mis sueños, todas mis alegrías. Pasadas, presentes y futuras..."

Nada importaba ya.

Se acurrucó sobre la hierva mientras con su mano acariciaba la lápida, como cuando acariciaba su espalda. Y recordó las constelaciones que surcaban su universo... Y lloró...

"No me dejes nunca, por favor... Creo que sin ti me moriría..."

"Aquí estoy ya, Vida mía. Como te prometí... Como podría dejarte, si tu eres la luz que alumbró a mi pobre alma? Te quiero, mi amor... TE QUIERO..."

Y allí se quedó, tendido sobre la alfombra de césped que servía de manta al sepulcro de su Amor.

Sorprendentemente nadie volvió a molestarle. Nadie le habló, ni le ofreció pan o agua, ni el sepulturero le obligó a abandonar el lugar. Estuvieron solos los dos, su Amor y él, durante lo que pareció una eternidad. Vio muchas lunas y muchos soles ir y venir. Y le cantó, le cantó todas las canciones que los habían hecho sonreír durante el tiempo de dicha que compartieron.

Cariño, cariño mío
Ramito de mejorana
Espuma que lleva el río
Lucero de la mañana

Planté por toda Sevilla
Banderas de desafío
Y dice cada bandera:
“Cariño, cariño mío”... 

El sol volvía a ocultarse por el horizonte y él cayó rendido a los pies de la lápida. Y soñó. En mitad de su oscura ensoñación volvió a verla, su rostro y su cabello destellando en medio del vacío omnímodo. Su piel era mas pálida de lo que la recordaba... Nunca la muerte había tenido un rostro tan hermoso.

"Ya estoy llegando a ti... Aguanta... No desesperes. No falta mucho para que estemos juntos... "

Al oír estas palabras la excitación y el júbilo hicieron que se despertara de su trance y entre la sorpresa y la incredulidad se preguntó a si mismo "es acaso posible? puede ser cierto lo que acabo de soñar? ha sido visión o solo el deseo de mi corazón? o acaso sois vosotros otra vez burlándoos de mi miseria?" dijo señalando a los cielos finalmente. La luna llena que iluminaba el camposanto fue el único testigo de su atribulada respuesta:

"No, no puede ser... Ha sido sólo un sueño... Quisiera que... Pero no, es imposible..."

Entonces, proveniente de todas y de ninguna parte a la vez se escuchó un murmullo en respuesta...

"Ya estoy llegando, amado... "

Un escalofrío le recorrió la espalda. Sería posible realmente? Había logrado su Amor romper las cadenas que los separaban? De dónde procedía aquella voz que le era tan querida, tan ansiada?

"Espérame... Ya vengo... "

Una ola de felicidad lo inundó.

"Dónde estás, Amor mío? No puedo verte..."

Aguardó unos instantes, con la tensión del hambriento que espera saciar su hambre, o del sediento que espera poder beber al fin tras haber atravesado un desierto. La voz respondió por fin con un eco lejano y susurrante:

"Aquí... Aquí..."

La voz... Parecía proceder de la tierra bajo sus pies...

"Pero... Cómo es posible...?"

Se agachó y puso el oído contra la tierra.

"Eres tú de verdad, Amor?"

No hubo respuesta.

"Amor? Estás ahí...?" Esperó con el oído pegado al césped, tratando de captar hasta el menor de los susurros. Pero no oyó nada. Siguió esperando. Pero no hubo respuesta. Sus manos, apoyadas como estaban contra el suelo, comenzaron a temblar. Su rostro se contrajo por el dolor que el silencio le provocaba. Y las lágrimas comenzaron a caer sobre la tumba.

"Por qué? Por qué no me contestas? Es que acaso me estoy volviendo loco? Es que acaso todo esto no es mas que un sueño, una alucinación debida al cansancio y a la falta de alimento? Oh, Amor... Amor... Te he escuchado... Dime que te he escuchado de verdad... Dime que eres tú realmente, que por fin me vienes a buscar!"

Golpeó con ambos puños sobre la tierra fresca. Lloró y gritó. Se dio de cabezazos hasta abrirse una brecha en la frente. Nada. La tristeza lo invadió del mismo modo que hacía escasos momentos lo había hecho la euforia. Otra vez la había perdido.

Lentamente, como si de un cadáver redivivo se tratara se levantó, se irguió sobre la tumba y se limpió la ropa. Alzó la vista y pensó: "Una vez mas... Vencido... Y aún vivo... No puede haber maldición mayor... Te quiero, Vida mía..." Y se dispuso a marcharse al fin del cementerio.

Pero cuando se disponía a dar el primer paso algo le sujeto por el zapato. Primero pensó que habría tropezado, como era habitual en él, pero en seguida se dio cuenta de que algo le estaba atenazando la extremidad con una fuerza inhumana. Miró hacia abajo y vio aquellas manos que recordaba tan vívidamente, aunque el nácar de su piel estaba tiznado de tierra y putrefacción. Su garganta trató de emitir un grito, pero lo único que produjo fue un horrible sonido seco y sordo.

Estaba mas paralizado por el miedo y la sorpresa que por la mano de ultratumba que lo sujetaba ya por el tobillo. Una segunda mano se abrió paso desde el interior de la tumba y le sujetó la otra pierna, haciéndolo tambalear y finalmente caer.

"Oh, Dios mío! Oh, Dios mío!"

Fue todo lo que logró decir, fuera de sí. Las manos tiraban de él, pero no para atraerlo, sino mas bien usándolo como apoyo, como si el cadáver que había en el interior de la tumba tratase de subir desde las profundidades del Hades usando a aquel desdichado como ancla.

"Eres tú, Vida mía?"

Volvió a preguntar. Y cogiendo las manos muertas que lo asían por los tobillos tiró de ellas con cuidado absoluto pero también con toda la fuerza que algún día tuvo. Poco a poco, el suelo fue cediendo, la tierra se abrió y de ella emergió una figura que le era tan familiar como querida.

Era ELLA, con su vestido negro. El mismo vestido negro que llevaba el día que la conoció. Estaba sucio y raído, ajado por muchas partes, cubierto de tierra y polvo y briznas de hierva aquí y allá. Toda ELLA estaba cubierta de tierra. Su pelo ya no brillaba a la luz d el la luna llena como antaño. Pero seguía siendo hermosa, aun bajo el influjo de la putrefacción y la decadencia. La ayudó a incorporarse del todo. Y la miró como solo un amante puede mirar a su amada, aunque esta sea un cadáver en descomposición.

"Sabía que eras tú! Sabía que no me ibas a abandonar! Te quiero, mi Amor! Te quiero igual que siempre! Al fin podremos volver a ser felices! Los dos juntos para siempre! Oh, Vida mía, cuanto te he echado de menos!"

Se abrazó a ELLA como un neonato se agarra al pecho de su madre, como el moribundo se agarra a la vida. Entonces ELLA, inerte y fría, pero aún mas hermosa que los rayos de la pálida luz de la luna, le habló de nuevo al fin:

"No.."

"No?" Respondió él, desconcertado.

"No. Ya no queda vida aquí para ti... He venido para llevarte conmigo..."

Él respondió:

"Llevarme? Pues claro! Iremos donde tú quieras, desde luego! A donde tu desees, Vida mía!"

Y ELLA volvió a hablar:

"Vida no, MUERTE... "

Entonces aquel cadáver viviente le devolvió el abrazo. Un abrazo de hierro gélido, como el abrazo del garrote vil o el potro de tortura. Él comenzó a reír enloquecidamente mientras la tierra los tragaba a los dos. Su cara estaba tan pálida como la de ELLA y sus ojos se le salían de las órbitas.

Enfebrecido y enajenado, no dejó de reír hasta que la tierra anegó sus pulmones. Después el eco de su risa se fue apagando inexorablemente hasta que al final el silencio se adueño de todo.

-EPÍLOGO-

Ya era de día. Una bellísima mujer de cabellos como olas de sol estaba de pie frente a la tumba. Llevaba un vestido negro y entre sus brazos acunaba a un gato negro. Junto a ella estaba el viejo sepulturero, un individuo encorvado, de nariz aguileña, gorra y pala siempre en ristre. Él fue de los dos el primero en hablar:
-Hay una cosa que nunca he entendido... Yo mismo fui quien le enterró... Y era un hombre ya hecho y derecho cuando lo hice. Es imposible que tuviera solo ocho años...

-No, claro... -dijo la mujer-. Él lo pidió así... La primera es la fecha en la que nos conocimos... Y la segunda... 

-Tranquila, señorita, ya se que usted no era pariente suya, pero no he podido encontrar a su familia... La chica que vende flores me habló de usted y...
-No se preocupe. Me encontraba aquí cerca precisamente visitando a unos amigos. Sus padres ya habían muerto... Y su hermano creo que se marchó lejos. Se casó y se fue de esta maldita tierra. En cuanto a su hermana, ella siempre lo repudió... Cuénteme lo sucedido, por favor...

-Pues verá... Ha sido muy raro... A primera hora siempre me doy una vuelta por esta parte del cementerio y... Cuando he pasado por delante de la tumba... Estaba todo el suelo removido... Pero... De una manera extraña... Es como si hubiera salido a tomar el aire y después se hubiera enterrado a si mismo desde dentro...  Una cosa rarísima... Y créame que yo aquí he visto de todo, eh?

-Le creo, pero... Usted no me ha mandado llamar sólo porque la tierra está removida de una manera extraña e inexplicable, me equivoco?

-No, señorita. Es usted muy lista. No... La verdad es que la he hecho venir hasta aquí por esto -dijo el sepulturero mientras le enseñaba una alianza de oro blanco, un precioso anillo-. Estaba justo en medio del remolino de tierra. Era imposible no verlo, menudos chispazos pegaba con la luz de la mañana reflejándose en él! Es muy bonito, señorita...

-Es... Se parece a... Por qué no se lo ha quedado usted? Si no hubiera dicho nada, nadie se hubiera enterado...

-No, señorita, eso jamás se me hubiera pasado por la cabeza. Un auténtico sepulturero sabe que lo que es de los muertos, es de los muertos y a nadie mas pertenece.

-Entonces? Por qué simplemente no lo ha vuelto a meter en la tierra?

-Esto... En estas cosas, señorita, lo mejor siempre es respetar la voluntad del fallecido.

-Cómo? A qué se refiere con eso?

-Pues... Yo creo que si él lo ha dejado fuera de la tumba es que... quizás quería dárselo a alguien... Pero como su mano no llega mas allá de la tierra que le hace de cama, ha tenido a bien buscar la ayuda de este humilde sepulturero... El anillo tiene una inscripción por la parte de dentro... 


-"Siempre tuyo"... 

La mujer dejó de sostener al gato y cayó de rodillas sollozando. El sepulturero se acercó para sostenerla y confortarla. Y mientras el gato negro los observaba a los dos... 

Desde lo alto de la lapida de la tumba. 


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La verdad es algo muy bonito.